VISION INTEGRAL SOBRE LA NOVELA "LA SEGUNDA SANGRE"

Publicado en por Miguel Prado

Ponencia presentada
en el IX Congreso Binacional de Español y Literatura
y en el IV Congreso Internacional de Literatura 2002
en el Teatro Jáuregui de la Universidad de Pamplona, Norte de Santander
Colombia

La novela La Segunda Sangre trata de dar a conocer un momento de gran interés para la literatura colombiana y la historia en particular, la opera prima de Gilberto Abril Rojas tardó una década de investigaciones para luego dar un vuelco al tratar de darle forma de texto narrativo. Situación que lograría gracias a la cooperación de Ulises Rojas quien tuvo una amistad bien formada con su paisano boyacense, el cual en incontable tertulias hizo despertar en el periodista que había en Gilberto Abril Rojas el gusanillo de un relato ambicioso que transcendiera más allá de las fronteras del Departamento de Boyacá, claro está, por la proyección de este personaje. En El Cacique de Turmequé y su época, el académico Ulises Rojas plantea el sentido mítico del personaje Diego de Torres. Este joven mestizo impuso sus derechos a suceder a través de las leyes de la tradición indígena de su tiempo, tratando con esto de que vale más luchar por lo que se tiene fe y donde impera la razón por encima de la confabulación y la maldad de quienes orientaban la administración de justicia en los tiempos de Felipe II en la América penetrada por las costumbres e instituciones españolas. En la Real Audiencia “la justicia es cosa tan soberana y excelente que ninguno de ellos la quería ver por su casa” (1). Al referirse a Diego de Torres, en su obra biográfica El Cacique de Turmequé y su época, escribe Ulises Rojas:

“Era Diego de Torres un mestizo, hijo de la hermana mayor del Cacique de Turmequé llamada Catalina de Moyachoque y del conquistador Juan de Torres, quien después de servir al Emperador Carlos V en la casa real y en las campañas de Italia por varios años, vino a las Indias y entró al descubrimiento del Nuevo Reino de Granada con el Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada (…)
Pasó su infancia y su adolescencia en casa de sus padres en Tunja. Su madre le enseñó el idioma de sus antepasados, y su padre, al cumplir los ochos años, lo puso en la escuela para mestizos hijos de españoles que tenía en su casa Diego del Águila” (2).
En La Segunda Sangre, sólo no se aborda la vida del Cacique de Turmequé, allí el otro personaje que lleva la batuta de la acción es Felipe II, el mito de éste también es tratado en esta novela y pasa a formar parte de una fuerza primaria en ese entrecruzamiento de la existencia de ambos seres reales, se trata más bien de una línea convergente donde se encuentran dos hombres con principios y pensamientos indistintos pero que comparten la misma actitud ante la injusticia impartida por quienes tienen el sagrado deber de hacer cumplir la justicia. La confabulación, encarnada en la oposición de los Oidores Andrés Cortés de Meza, Antonio de Cetina, Juan Rodríguez de Mora y Francisco de Auncibay, condenan a Diego de Torres a una carrera permanente signada por el exilio forzado y al destierro final. Esta visión de ser miembro de una familia indígena-española va más allá de los fundamentos concebidos por Gilberto Abril Rojas en su novela, ya que él está sobre todo interesado en el final del Cacique de Turmequé en la sociedad corrupta de la época colonial. De acuerdo con Gilberto Abril Rojas, al enfrentar a las autoridades de su época, Diego de Torres y su vida como ciudadano común y corriente se va a encontrar que no puede escapar a la tiranía de las instituciones españolas en suelo americano y encontrar alivio a cada una de sus desgracias. Gilberto Abril Rojas es también escéptico en cuanto a los beneficios del mismo rey Felipe II en aquella sociedad cerrada y a los intereses de los dueños de la situación de esta parte del imperio que no aceptaban del todo la oposición del Cacique de Turmequé; pero también rechaza el yugo de una sociedad minoritaria que tiene como una salida el dominio de las instituciones garantes de los derechos del hombre, muy a pesar del dominio de poder del Real Consejo de Indias.
Al emplear deliberadamente el término “segunda sangre” en lugar de otro más metafórico Abril Rojas escoge un concepto más vinculante de la herencia que nos legó el mestizaje. El Nuevo Reino de Granada de entonces y ese circo español en que se mueven los personajes simbolizan la penetración cultural de una cultura a otra con todo sus defectos y arbitrariedades, del Jardín de las Delicias descripto por Colón, no va a quedar una estampa, las costumbres de los primeros pobladores anteriores al encuentro de los dos mundos no quedará sino el dominio anacrónico y el imperio de la fuerza, instaurada a los largo del norte de México hasta el sur del Imperio Inca. La descripción que él hace de la violencia sirve como apología de la injusticia accidentada en el interior como en el exterior del Nuevo Reino de Granada. Aunque el Cacique de Turmequé, Diego de Torres, se inspira en los agravios cometidos por los emisarios de los oidores y la poca suerte de las tribus chibchas que tienen que soportar una especie de esclavitud declarada, podemos apreciar la existencia de una forma de negación tímida de aquellos pobladores que se dejaron dominar abiertamente. Una de esas estampas plagada de violencia la podemos encontrar cuando una comisión va en búsqueda del Cacique de Turmequé y cometen toda suerte de vilipendio en sus cercados.

“Luisillo golpeaba al mozo que momentos antes había embestido a Diego Martín, lo arrastra por los cabellos y de cuando en vez le propina alguna patada, a ratos el mozo golpea, pero sin fuerzas. El mozo mira la mano de Lusillo que lo sujeta fuertemente, la doncella deja escapar una alarido y llora, un río moribundo hace pequeños surcos en su rostro” (3).  

 

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Aunque en el Memorial de Agravios de Diego de Torres se da una relación detallada sobre los males que aquejan a los naturales, realmente no se implementa un correctivo sólido para acabar con el flagelo de los males en contra de los indígenas. Es claro que este monumento a la desidia y el abandono puesto en práctica de este lado del mundo se pusiera por encima de la Política Indiana de Juan de Solórzano y Pereira, además de las Cédulas Reales consignadas por el Real Consejo de Indias, pero esto no deja de ser un reflejo inequívoco que se basa en los atropellos cometidos por los miembros de la Real Audiencia. Pero también es real y patético el aislamiento del Nuevo Reino de Granada con el viejo continente, así como el mensaje dramático al final de La Segunda Sangre la llegada de un decreto, luego, de 38 años de muerto Diego de Torres y después de que pasaran dos reinados para que se le entregara a la viuda la aprobación de la encomienda de Soracá, este triunfo es simbólico de los agravios que sufrió en carne propia el Rumerqueteba. En La Segunda Sangre, los mitos eternos y las tradiciones anacrónicas no pueden resolver el problema de la injusticia propagada en esta parte de América.
Aunque la palabra agravio tiene un hondo significado en la novela, en general puede decirse que siempre implica un sentimiento subjetivo de tiranía y yugo dominante. En la obra de Gilberto Abril Rojas la injusticia ha sido un tema esencial, y aunque tiene una importancia capital, en La Segunda Sangre aparece, por ejemplo, algo parecido en Los Cortejos del Diablo, en que la vida de los miembros del Santo Oficio penden la dictadura religiosa para mostrar el oscurantismo de la iglesia tomando como excusa la fe y sus principios o en Las Pezuñas del Diablo de Alfonso Bonilla-Naar, donde el inquisidor Juan Mayorga es la personificación de la injusticia.
La primera tentativa de Diego de Torres de pasar por encima de los garantes de la justicia se realiza al comienzo de la novela La Segunda Sangre como un síntoma de oposición de la Real Audiencia. Durante su primer viaje, el cual estuvo lleno de muchas dificultades, el Cacique de Turmequé llega a Santiago de La Habana y posteriormente zarpa rumbo a España, pero sufre un accidente la embarcación y naufraga a la altura de las islas Bermudas, siendo arrojado a Haití, perdiendo su hacienda y logrando cruzar hasta la isla La Española, permaneciendo en Santo Domingo hasta que pudo salir para España; esto es, en cierto modo, una señal de mal agüero de lo que le ocurriría en la corte, pasando estrecheces y malos ratos, ocasionada por la confabulación de los enemigos del otro lado del continente, esto es resultado de la solidaridad entre los miembros de la Real Audiencia del Nuevo reino de Granada y los del Real Consejo de Indias. Pero ya que las maldades y miserias humanas trascienden todas las épocas y situaciones humanas, es también resultado de las pretensiones particulares como de la ambición de los gobernantes. Por lo tanto, Gilberto Abril Rojas, como antes que él Ulises Rojas lo hiciera, presenta valores del siglo XVI en su relación con la vida novelesca de Diego de Torres.
Un ejemplo de actitudes de la época que aparecen representadas en La Segunda Sangre y pueden encontrarse con la contradicción de ciertos valores como la barbarie y los papeles respectivos de hombres en las relaciones de poder. El poder es presentado como un mecanismo absoluto. Un ejemplo particular: la desesperada búsqueda a que es sometido Diego de Torres por parte de los oidores:

“Los naturales aborrecen la vida nueva de Tunja. Su esclavitud perenne, las nuevas costumbres que lo separan del resto de sus creencias, la falta de misericordia, las larguísimas faenas a trabajos forzosos bajo un frío inclemente y los castigos de los alguaciles y calpixques” (4)

Otro ejemplo del dominio impuesto por el poder con que Gilberto Abril Rojas presenta las cualidades agraviosas de los emisarios de la Real Audiencia aparece en el Capítulo I. Ya he mencionado la falta de compasión por parte de los perros de caza de los oidores, sobre esto muchos novelistas que tratan la novela histórica se ponen a recrear este tipo de situaciones, la experiencia no es desviarse de la materia meramente literaria para caer en un espacio netamente panfletario, la idea no es otra que darle un tratamiento que raye casi en la leyenda. De acuerdo a Fernando Ayala Poveda, la novela histórica “es estética y es leyenda, y como novela e historia profundiza en una sensibilidad, un mundo y unos personajes que sólo se sirven a sí mismos y no les sirven a ningún otro concepto” (5).
El sentido contemporáneo de la lucha de clase aparece capturado en el tratamiento de los desvalidos con los poderosos. En muchos casos se revela en la agresividad de los más fuertes frente a la impotencia del dominado. Una muestra de esto es la frustrada relación servil entre la indiada y las tropas españolas, quienes invadían y tomaban por asalto las aldeas. Impacientes por encontrar un líder que los oriente y los encamine, ellos consideran a Diego de Torres ese elegido, pero ven que todo resulta lo contrario porque el Cacique de Turmequé se queda en la corte española, luego de su segundo viaje hasta el día de su muerte. Por eso manifiesta el autor:

“El Cacique de Turmequé se dedicó a guardar silencio en casi todo el trayecto del nuevo viaje rumbo a la corte. El Señor de las Honduras de Turmequé imaginaba la maravillosa fortaleza, ya por lo que le habían dicho se había hecho una idea de cómo era realmente, ni los grandes templos de los reinos chibchas lo igualaban” (6).

En la novela La Segunda Sangre se cuentan también los últimos quince días en la existencia de Felipe II, desde su recaída hasta su llegada a El escorial. Esto le sirve a Gilberto Abril Rojas como pretexto para narrar algunos aspectos relacionados con este monarca español que nunca conoció los campos de batalla como su padre Carlos V. Allí descubrimos el lado humano de Felipe II, quien hace algunos saltos atrás en el tiempo para darnos muchas facetas de su existencia, desde su vida amorosa hasta los conflictos que se encadenan y se suceden en las otras posesiones del reino. Las situaciones más insignificantes cobran un perfil extraordinario al desarrollarlas Gilberto Abril Rojas para mostrar esas cosas oscuras de un hombre que casi llega a dominar el mundo. Sus matrimonios fueron muy comentados en su época, las desavenencias con Antonio Pérez y la princesa de Éboli, la traición de su hijo Carlos, la amistad con Diego de Torres levanta otro caso digno de tratar, porque el Cacique de Turmequé llegó a trabajar en las caballerizas reales.
Aunque las fatalidades y las tramas enrevesadas no son las últimas causas de las desgracias de los personajes, cada quien parece estar sometido a un signo fatalista que cae sobre ellos en forma casi permanente. De allí podemos decir que Felipe II envía a su medio hermano Juan de Austria a una muerte casi segura; el personaje más malo de la obra Luisillo trata de hacer todo lo posible para acabar con la existencia del Cacique de Turmequé, pero siempre encuentra un obstáculo que se lo impide; Diego de Torres se encuentra con un naufragio y al tratar de volver al Nuevo Reino de Granada se le hace complicado salir de San Lucar de Barrameda, la esposa de Diego de Torres pasa penurias en el curso de su matrimonio con él; el rey Felipe II en pleno uso de sus facultades mentales es asaltado por la gota y ésta es la causante de su muerte. Nos encontramos con toda una galería de fatalidades inusuales, que no son meras fantasías del autor, sino que son hechos que se llevaron a cabo en la realidad y fueron reconstruidos.
Ni el rey Felipe II con todo su poder, ni Diego de Torres con el apoyo de la indiada no pueden lograr sus metas, ya que todavía en los momentos estelares de la vida, la violencia y la injusticia prevalecen por encima de sus destinos. El rey Felipe II, con todo y su dominio, no logra tener el amor de la princesa de Éboli. Diego de Torres no logra obtener en vida la encomienda de Turmequé, a pesar de sus continuas intervenciones por lograrlo de una manera legal basada en las leyes.
En los casi seis capítulos, la lucha por obtener lo que se le interpone a ambos dan un bosquejo de esa injusticia suprema que se presenta, tanto, que ni el hilo de la ficción podía transgredir dicha situación. La inclusión de los personajes que pertenecen a la Real Audiencia, el Visitador Juan Bautista de Monzón, Lope Díez de Armendáriz, nos brindan un cuadro real de los personajes de la época.
Gilberto Abril Rojas orienta toda la novela con un panorama sencillo donde la imagen es una especie de elemento primordial y nos presenta a las ciudades, poblados y aldeas con una técnica propia que se puede tratar como una visualización cinética cuando funde elementos conexos con cosas naturales.

“Los moradores de las aldeas al lado de las fogatas conversaban y todo el ruido, instrumentos musicales, susurros, tonadas antiguas, risas, se regaban por todas partes, llegaba a las mansiones de los encomenderos, mejores que los peores, y con imitaciones de pájaros y otros animales frente a los bohíos, en el patio enorme de la población” (7).

Aunque la muerte no es un escape de ningún personaje presentado en el libro como valor positivo. Esta visión de más dramática y trascendente del destino manifiesto corresponde a la visión de Gilberto Abril Rojas y su manera de transformar este momento en una interpolación fantasiosa con su literatura. La creación de La Segunda Sangre contiene la clave de su realismo lleno de magia, y de las restricciones del tiempo lineal que se encuentra en algunos de sus relatos iniciales.
El cambio también se nota en la libertad con que trata el tema del amor. Las escenas de los encuentros fortuitos en esta novela son más sensuales que en los cuentos. Aquí los amores de Felipe II tienen mayor espacio, y la actitud general frente al amor a lo largo de todo el libro es una sobriedad y figuración, si se le compara con obras de otros autores y más directamente como en novelas de Fernando Soto Aparicio, Próspero Morales Pradilla y Germán Espinosa. Aunque los amores de los personajes de la novela son destacados de una forma distinta, él expresa una visión más ampliada sobre la realidad; en Felipe II se hace más referencia por la cantidad de mujeres con las cuales contrajo matrimonio dicho monarca español. Las escenas idílicas, aún cuando pueden parecer incipientes, resultan distintas cuando son presentadas de una manera directa por Abril Rojas:

“Era que no había podido consumir el matrimonio: ella se quejaba ante su padre y el asunto resultó embarazoso para ambos, era cierto lo de mi desvío. Ella estaba tan ilusionada con la vida que el destino le depararía luego de la boda, y jamás pensó que su presencia real me atrajo tan escasamente” (8).

Para un contraste con el tono de esta escena es posible compararla con las escenas de amor entre las relaciones que se presentan escasamente entre Diego de Torres y doña Juana. Estas escenas son mucho más detalladas, también revelan un espacio mayor al valerse del humor para desarrollarlas.
En todo caso el autor salta por encima de las posibilidades de una descripción literal para alcanzar una estilización modesta que engloba una situación maravillosa partiendo de pequeñeces. Aunque en los seis capítulos de esta novela se ha tratado detallar cada situación vivida por Felipe II y Diego de Torres, la estilización encierra una ceremonia fascinante de la escritura. En la novela que está subdividida en ciento un subcapítulos podemos encontrar obras dentro de la obra como el diario, la técnica epistolar y el Memorial de Agravios; en cada segmento se va incluyendo un espacio novelesco que se distribuye de acuerdo a la posición y situación en donde se encuentra cada personaje; el autor juega por eso con el tiempo de una manera infalible, lo mismo nos conduce hacia el Nuevo Reino de Granada como a los parajes exóticos españoles; de los monasterios a los campos majestuosos colombianos; las ceremonias religiosas tienen su contraparte con la fiesta de Huan, la misma es descripta con todo lujo de detalles y nos remite con todo su colorido a la época colonial en toda su extensión. Por eso, la tarea de Gilberto Abril Rojas no fue nada fácil para lograr contar durante casi quinientas páginas una obra monumental que no se ha hecho sencilla en convertirse en una obra más asequible al público lector. Cuando Diego de Torres llega a realizar cada viaje se encuentra el lector con la visión fantástica de los viajes peligrosos y lleno de situaciones complicadas. Ante la fatalidad el Cacique de Turmequé encuentra una salida salomónica, cuando su mundo armonioso se ve hecho pedazos; la muerte de Luisillo, el personaje más sanguinario de la novela crea en Diego de Torres un aire de indiferencia, pero en los otros personajes una actitud placentera por la desaparición extraordinaria del cazador de hombres.
Aunque Diego de Torres encuentra un gran aliado en Felipe II, esto no resuelve la situación del cacique, ni siquiera el Visitador Juan Bautista de Monzón. A este lo enredan en una trama de envidias y trampas que lo llevan a ser torturado por los amos de la situación en el Nuevo reino de Granada, es encarcelado, el matrimonio de su hijo es cuestionado por los pretendientes de la mujer más ambicionada por los hombres del momento por su cuantiosa dote; este Visitador no posee el poder suficiente para anular su posterior cesantía de su cargo por la fuerza. El talento del anciano proveniente de España con altos poderes, no pudo cumplir con la encomienda que le fijó el rey Felipe II, fue víctima de los enemigos del Cacique, quienes lo sacaron por la fuerza de su casa, este allanamiento también es reflejado en la novela y en la biografía elaborada por el historiador Ulises Rojas, haciendo referencia a El Carnero de Rodríguez Freyre.
Con la llegada de Diego de Torres de España se llevó a cabo un enorme revuelo que hasta creó una leyenda de posible alzamiento de las tribus del reino; esto causó malestar entre los encomenderos, fiscales, clérigos y oidores comenzando una carrera que daría como resultado el aislamiento de Diego de Torres del Nuevo Reino de Granada, allí comenzaría a elaborar el célebre Memorial de Agravios, documento donde se denuncian los atropellos de los enviados del rey. A pesar de esto, todo indica que este documento fue archivado y no se le dio el efecto que muchos esperaban, la situación se mantuvo igual, salvo algunos casos. Diego de Torres es absuelto de su cargo porque Juan Prieto de Orellana tuvo mucho más poder que el Visitador Monzón para poner orden en esta parte de las posesiones españolas, esto se muestra en los juicios por separados que se realizaron y que resultaron como se había estipulado, los culpables pagaron su deuda con la ley. Aunque esta obra nos presenta este desenlace, no es lo que podemos llamar un final feliz, porque todavía la situación del Cacique de Turmequé no se resuelve, y en España con todo y su cargo en las caballerizas, sufre hasta el último de sus días de penurias y tuvo que pedir auxilio del rey en muchas oportunidades. La miseria padecida por Diego de Torres por un lado y por el otro Felipe II, quien murió de una forma muy triste, padecieron en un retiro particular: el rey debió retirarse a reflexionar dentro de sí mismo para recapitular sobre sus pasos por la vida; el Cacique de Turmequé debió hacer lo mismo en la ruina, siendo un noble de la cultura chibcha. Una superior comprensión de estos desenlaces tan extraños es inducida por el destino que entrecruzan ambos personajes.
El encuentro del Cacique de Turmequé con Felipe II estuvo lleno de esa expectativa llena de fantasía que lo hacía imaginar aquel palacio real como algo fuera de este mundo. En su imaginación no debió estar nunca el encuentro entre ambos personajes reales de castas distintas, de esa segunda sangre que guardaba cada uno por su lado. Felipe II la alemana y Diego de Torres la mestiza. La bondad del rey Felipe II tiene su cometido cuando auxilia a los súbditos, pero esto que llega a sufrir el Cacique de Turmequé se desfigura con la ayuda que se le niega más adelante y que lo conduce a sufrir las malas cosas de la vida.
Esta novela de la cual se ha tratado de dar una visión generalizada representa un intento por rescatar del olvido a este hombre que luchó toda la vida por sus derechos, lo que simboliza ha sido tratado de ser visualizado por Gilberto Abril Rojas, el efecto destructor de aquellas instituciones del pasado y las trampas sobre la conciencia del hombre; la fragmentaria y mortal naturaleza de su vida resulta dramatizada por esa constante lucha de la memoria, el perpetuo efecto de inmortalizar y dar sentido a su problemática existencia. El hecho que este personaje aparezca en El Carnero y en las Elegías de Ilustres Varones de Juan de Castellanos habla de la importancia de este hombre del siglo XVI.
La Segunda Sangre es una obra que debería ser revisada y ser sometida a muchos trabajos de investigación para darle el puesto que se merece en la literatura de habla hispana. Esta versión de novela histórica debe sufrir el mismo perfil crítico de otras novelas continentales que han sido sometidas a estudio en forma continua y por tal efecto llevada a las escuelas para tener una perspectiva de una obra literaria con la inclusión de un personaje muy interesante de nuestra historia latinoamericana, si no ha sido colocado en el sitial que se merece se debe al poco interés por parte de los investigadores especializados de darle unas cuartillas en sus trabajos.
Con esto podemos concluir que Gilberto Abril Rojas ha creado de la vida de Felipe II y Diego de Torres una fábula que recrea su propio espacio dentro de la obra totalizadora. Ella está llamada a escapar de la destrucción del tiempo.
Como en las mejores novelas del género, La Segunda Sangre nos deja con un documento artístico que, como lo había establecido líneas atrás, contiene una afirmación final de la narrativa y por lo tanto de la literatura en un fundido histórico.
El pasaje de la injustita constantemente aísla al individuo de su tiempo, los acontecimientos, pensamientos y sentimientos de los demás, arrancándole un sentido de inmortalidad. Este sometimiento a la nada sólo recuerda momentos misteriosos de ese alguien; la subjetividad de sus actitudes son limitadas por sus persecuciones. Cuando Abril Rojas dice que “Diego de Torres es un personaje esencial de nuestra historia”, quiere decir que a través de la desgracia sufrida por el Cacique de Turmequé, él pudo haberse erguido en un luchador social de su época a tiempo completo. Es claro que este elemento no asumido por Diego de Torres pudo haber cambiado la historia de haberse declarado en rebelión y convertirse en el líder de toda la población indígena, pero si el estar al margen no le ganó un espacio limitado, si le creó un rincón significativo para la inmortalidad en la vida literaria.

Notas:

1.- ROJAS, Ulises. El cacique de Turmequé y su época. Tunja, Colombia. Imprenta Departamental de Boyacá. 1965. p. 3.
2.- Ibid., 7-8.
3.- ABRIL ROJAS, Gilberto. La segunda sangre. Editorial Berkana. Segunda edición. La Victoria. Venezuela. 1988 p. 10.
4.- Ibid., p. 22.
5.- AYALA POVEDA, Fernando. Manual de literatura colombiana. Editorial Panamericana. Bogotá, D. C., Colombia. 2002. p. 262.
6.- La segunda sangre. P. 73.
7.- Ibid., p. 44.
8.- Ibid., p. 53.

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V
<br /> Me ha parecido bastante interesante el punto de vista que nso has puesto aqui sobre esta Novela que es realmente buena.<br /> <br /> <br />
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