PERDICION POSIBLE

Publicado en por Miguel Prado

EN LA OTRA BANDA hay una prostituta muy gorda. Se me hace imposible visitarla en los días de lluvia, pero cuando la busco, formamos un bochinche del otro mundo. Sus actos como improvisaciones tienen por escenario su casa. 

Desde los alrededores de la Plaza Ribas, que son un caos, la cito: mi cuerpo, entonces, se llena de impaciencia y sigo el curso de mi pasión encendida; se convierte en cómplice de mis fugas; me consuela desde que sufro esta locura. 

Recuerdo la primera vez que la encontré. Estaba perdido y mi memoria, aunque enredada, no era aun el aparato que reconoce el mal tiempo cuando se avecina la tempestad. De eso ya perdí la cuenta de los años. 

Todo comenzó cuando mi familia creía en los comentarios mal intencionados que los vecinos del barrio hacían sobre mí. "La droga, es lo que tiene loco a ese muchacho", decían. Fue entonces cuando se declaró la guerra sin cuartel. Llegamos a maltratarnos acusando a nuestras generaciones de seres malditos. En alguna forma, todo llegó a su fin, claro está, con la desgracia. No es fácil confesarlo, pero fui acabando con ellos uno por uno: trampa a trampa y luego el golpe maestro. Alguno resistió, más no su aplomo y compostura. ¿Por qué no pensar en la venganza, si fueron ellos que enredaron mi vida en funestos altercados? 

Hace poco cumplí otro año de existencia. Hace tres días lo celebré, mejor dicho, lo celebramos. Botamos la casa por la ventana. Mi gorda prostituta y su hermana, que le hace falta una pierna, se aparecieron con una torta que comimos en compañía de Carmen, la enfermera; hablamos solo lo necesario. No le conté acerca del desastre familiar. Imaginaba la cara de espanto y los comentarios que se hubieran intercambiado. Insisten en que ellas, con el resto del mundo que vive afuera, conforman el club de los normales, de los intachables. Me importa un bledo. 

Dije lo que debía haber dicho y punto. este encierro no sirve de nada mientras pueda tener un asidero con la gente que me quiere. Cuando escucho una música lejana, su son inunda mi recuerdos agradables, mi mente se deleita y coreo enfermo de placer. La noche se ensancha y la fauna nocturna echa andar su maquinaria sensitiva. Los astros coquetean en el infinito y juegan, se mezclan y con sus deslizamientos, sus malezas y sus gestos cósmicos engañan la ciudad, las habitaciones vecinas y el gran edificio que separa mi vida de los cuerdos. 

En la Sala de Emergencia Carmen conserva su escondite. Cuando ella lo desea me enreda en sus jugarretas y cuando no hay novedades forcejeamos. Ella me habla de su otra vida; considera que la maldad entre la gente debe, como ella lo practica, hacer cambios violentos y pactar un viaje sin retorno a la lujuria. Yo no le hago caso, pero cuando la penetro gime, llora y dice nombres que escapan de mis dominios. 


Peleo con disfrazados de blanco porque tratan de amarrarme a la fuerza. Uno de ellos, obstinado de verdad, me aplica una de luchador y me inyecta algo que me deja adormecido. Me dice: "Matoncito, matoncito, qué debil eres".   

Esta noche es noche de Carmen. Mi fórmula de placer aún no viene. La espero con ansiedad, alebrestado. Nos separa un muro de enfermo impaciente, de paciente. Siento rabia, terrible rabia. Imagino a los otros hombres: la desean. La quiero desaparecer del mapa. 

Los verdugos de este maldito lugar van a terminar por acabar con lo poco que me queda de cordura, me dejaron quieto, manso, como sin vida. Hoy no viene mi puta gorda, necesito el armamento bueno para estos salvajes. Carmen no podrá embarcarme. 

Vuelve mi remedio. Parece una diosa china. Desliza su sombra entre los pasillos:  "Soy la que esperas", me dice y no me sale la voz. Embriaga, serena; coinciden las cosas llamadas a ruegos y veo todo claro, enloquezco, muero de amor; descubro que no tengo vida sin ella. Se desata la tormenta. 

Nadie me hace compañía. Relampaguea. Alguien llora. Mi puta gorda no ha vuelto. El frío muerde mi piel. Una mirada muerta no habla. Las puertas no se abren a media noche. Dentro de mi crece el odio, se amalgama. La compra de los coitos es un mercado que sacia mi aventura. Eso ya es otro cuento. 

Cuando se vaya el médico de guardia ella vendrá en mi búsqueda. Hará de la impaciencia un encanto. Y se esfumará de la habitación antes que amanezca. Ella me embrujó con sus deliciosos tratamiento de apetitos sexuales. 

Ya todo entró en el orden de siempre. Suenan las puertas. Me desdoblo en la oscuridad y salvo los muros. Delira con la maquinaria imaginaria que depara esta noche de fiero temporal. Eres como de otro mundo. La arropo con mis caricias. Le hago el amor hasta en las entrañas. Su piel tersa acepta la rudeza de mis manos; deja escapar algunos retozos y sus palabras especiales como el medicamento. Mi cita nocturna se hace inolvidable, la de ella, irreal. La vuelvo loca. La tiranizo. Se bambolea. No detiene sus manos como arañas en carrera. desfallece. me vuelvo otro frente a su cuello desnudo. Lo aprieto. Soy un demonio sin control. Carmen agoniza entre mis brazos y no lo puedo evitar.

  

Etiquetado en Ejercicios literarios

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